Con el paso de los años los coches han ganado sotisficación,pero han perdido carácter. EDS, ABS, GPS.
Cuando yo era niña los coches no tenían nada de seo, pero a cambio tenían personalidad.Antes no hacía falta verlos ni subirte a ellos para identificar el modelo.modelo.
Bastaba , simplemente ,con escuchar. Recuerdo que competía con mis amigas,camino al colegio,a adivinar qué coche se aproximaba a nosotros por detrás.
Era fácil distinguir el sordo petardeo del citroen 2 CV , el sonido a la lata del 124,el limpio aullido de R5 y,por supuesto, el sonido a carraca del seiscientos.
Con la práctica llegué a intuir incluso la marcha en la que circulaban .Muchas de mis amigas confundían el Seiscientos con el 850,pero yo no.
La verdad que yo tenía ventaja ,porque aunque mi padre hacía tiempo que conducía un SEAT 1430 ,e mi infancia había estado marcada durante años por el insoportable y maravilloso sonido a carraca de un Seiscientos rojo que mi padre había comprado después de jubilar un Topolino.
Tiene gracia.Hoy viajo por todo el mundo siguiendo la Fórmula 1,hago vuelos intercontinentales y visito países exóticos a los que nunca soñé visitar y , sin embargo ,recuerdo como la mayor de la aventura viajar a Castilla en verano desde Barcelona.
En los años 70 un viaje por España era un lance que necesitaba preparación.Aunque el recorrido no superaba los 250 kilómetros,mi familia lo planificaba con mucho tiempo.
Mi padre cogía u sobre con dinero para los imprevistos,metía una botella de agua para echar al radiador en caso de calentón y otra de aceite por si as moscas.
Mi madre se encargaba de la comida.
Bocadillo de tortilla con chorizo para mi padre y jamón para mi hermana y para mi.
La primera parada se hacía en o alto del Puerto de Pajares, decía mi padre que era para que el Seiscientos se recuperase del esfuerzo,pero estoy convencida de que era por el olor.
El olor de la comida que inundaba el coche y que lograba abrir el apetito de mi padre.
Un aroma que mezclado con los gases que salían de motor y el «skay»de los asientos hacía que mi hermana y yo vomitásemos con ferocidad ya desde las primeras curvas.
Eso si que era un acto de fe,subir Pajares en un seiscientos con dos niños vomitando y una esposa que repetía sin piedad:»Antonio ,no corras».
Y, claro, Antonio no corría,porque en esas rampas y con 20 caballos de ese coche ni el mismísimo Fernando Alonso hubiese logrado pasar de 50 km por hora.
Y eso si no te encontrabas con un camión, que entonces estabas condenado a subir las rampas a 20 y a parar a medio puerto para que se enfriase el motor.